Buenos Aires. Con una misa presidida por el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Mario Aurelio Poli, la Iglesia porteña celebró el lunes 14 de septiembre la Fiesta de la Encarnación de la Santa Cruz.
“La santa misa siempre es la realización y actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. Hoy, especialmente veneramos el misterio sublime de la cruz de Jesús. Lo hacemos poniendo nuestros ojos en la venerada imagen del Santo Cristo de Buenos Aires, que desde 1670 nos acompaña en esta catedral primada”, expresó al inicio de la celebración el rector de la catedral metropolitana, presbítero Alejandro Russo.
“Como en el Antiguo Testamento, al mirar la serpiente de bronce quedaban curados, nosotros también, al mirar la cruz de Cristo obtenemos la gracia de la salvación por Aquel que murió en ella para darnos la victoria sobre la muerte”, afirmó.
“Este misterio que el Viernes Santo ocupa el centro de la Pasión de Jesús, hoy es motivo de fiesta. Pasión, el paso de la muerte a la vida. Esa es la Pascua. Y precisamente se da en este paso por la cruz, por eso hoy hablamos de la exaltación de la cruz, lo que significa de gloria para el género humano”.
“Los apóstoles, cuando comienzan a predicar, después de que Jesús se va al cielo, recuerdan quién era Jesús y lo definen como el que pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con Él”, recordó.
“Y para los apóstoles, antes de la pasión, era incomprensible cuando Jesús les anunciaba que debía padecer, que iba a ser juzgado, que iba a morir y resucitar, no podían entender que un hombre que prodigaba tanto amor, tanta verdad, pudiese terminar sus días como un delincuente en la cruz”, señaló.
“Pero Jesús, como buen pastor que se presentó, se adelantó al rebaño y padeció una muerte, y muerte de cruz, como hoy nos dice San Pablo en Filipenses. En todo se hizo humano, y tomó esta experiencia sobre sus hombros, y para hacer esta experiencia, la más terrible que padecemos los mortales, la muerte, Jesús subió a la cruz. Nadie lo lleva a la cruz, Él se entrega libremente. Es un acto de libertad de Jesús”, afirmó.
En ese sentido, detalló: “Lo que nosotros consideramos un final irremediable de la existencia temporal, Jesús, desde la cruz, nos enseña que es el principio de la vida eterna. Es la gran paradoja de la cruz: para nosotros es un fracaso y para Dios es la victoria del amor. Por eso es un signo de contradicción la cruz. Para algunos es un instrumento de suplicio y de muerte, es un escándalo, pero por lo que obra Jesús crucificado, se convierte en victoria sobre la muerte, en la puerta de la Vida Eterna”.
En la cruz, recordó el cardenal Poli las palabras del papa emérito Benedicto XVI, “todo el odio del mundo, los pecados de la humanidad, antes y después de Cristo, hasta que Él venga, se estrellan contra su cuerpo y el milagro es que Él los convierte en amor”.
“Por eso decimos que la Eucaristía que celebró en la víspera, ahora se confirma con el pan de vida que pende de la cruz. Ahí se entrega su cuerpo y su sangre, y sella con la crucifixión este misterio de salvación que contiene cada misa, cada Eucaristía”, sostuvo.
“La cruz es llamada entonces gloria y exaltación de Cristo, porque es la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. Mirar la cruz es un ejercicio más que piadoso. La mirada de una cruz, la cruz que tenemos en nuestras casas, en nuestros templos, las cruces que podemos ver en el camino, siempre nos recuerda que Dios nos amó tanto. Este es el ícono del amor de Dios. Por eso, cuando miramos la cruz, miramos el amor crucificado y recordamos cuánto hizo Cristo por nosotros”.
“La pandemia tiene algo de cruz también, pero ante el lenguaje de la epidemia que a veces se torna un lenguaje de muerte, de angustia, desde la cruz decimos que tiene un sentido: el sentido que Cristo nos da, la victoria de la vida sobre la muerte, donde siempre esperamos con esperanza la curación de la enfermedad, y aun aquellos que han partido, tenemos la esperanza de encontrarnos en la vida eterna”, destacó.
“Que el Señor en este día nos conceda las gracias que necesitamos para seguir caminando, para seguir abrazando las cruces, pero también para comportarnos como cireneos, ayudando a llevar las cruces de los demás”, concluyó.
El Santo Cristo de Buenos Aires
La imagen fue realizada en 1671 por el artista portugués Manuel de Coyto. Desde el punto de vista artístico, es una de las piezas más representativas del Barroco Americano en nuestro país.
El Cristo fue un encargo que realizó en persona el Gobernador José Martínez de Salazar, hombre de fe que quiso dotar a la Catedral de un Crucificado que protegiera a nuestra ciudad, por eso su historia se liga a la de Buenos Aires desde su entronización. Así, la talla fue recibida y bendecida por el Fray Cristóbal de la Mancha y Velasco OP, tercer obispo de Buenos Aires.
Con motivo de la entronización, se estableció en la Iglesia Catedral una Hermandad llamada del Santo Cristo, cuyo crecimiento fue alentado por el mismísimo gobernador, quien inició la tradición de que la hermandad fuera presidida por gobernadores y presidentes de la Audiencia.
En tiempos de fragilidad, se le atribuye a este Santo Cristo un milagro acontecido en la ciudad a finales del siglo XVIII, cuando el casco de la ciudad se vio amenazado por el incontenible avance del Río de La Plata.
A sus pies rezaron la totalidad de los primeros mandatarios argentinos. Desde el 25 de Mayo de 1810, cuando la Primera Junta de Gobierno, después de jurar, cruza a la Catedral para rezar y encargar el primer tedeum patrio, hasta la actualidad cada año el que preside la Nación a sus pies participa de la misma celebración de acción de gracias.
El cardenal Santiago Luis Copello en 1954 solicitó al papa Pío XII la coronación pontifica. El Sumo Pontífice la concedió con gusto por medio de un Breve Pontificio, pero este acto nunca se llevó a cabo por las circunstancias históricas de aquel momento ya que el arzobispo tuvo que dejar la sede de Buenos Aires luego de septiembre de 1955. En la actualidad la normativa litúrgica no contempla coronar las imágenes del crucificado.
El cardenal Poli le encomendó nuevamente el cuidado de la ciudad ante la actual pandemia. Y a raíz de esto se vuelve a recrear con forma nueva la antigua hermandad que se encargará de su devoción.