Santo Tomé. En una reflexión sobre la realidad nacional y regional, llaman a defender la dignidad humana, a cuidar de la vida y a construir juntos la fraternidad auténtica. Lo hicieron durante la reunión anual. Tras hacer una memoria histórica, ponen el acento en la dignidad humana, el cuidado de la vida y la fraternidad.
Los prelados de la región también apelan a documentos de la Conferencia Episcopal Argentina y al magisterio del Papa Francisco, para pedir participación, diálogo y sentido de la libertad.
También desarrollan la idea de la interculturalidad y la inculturación del Evangelio, destacando esperanzas y marcando desafíos.
EL DOCUMENTO
«CONSTRUYAMOS JUNTOS LA FRATERNIDAD: Reflexiones Pastorales de los Obispos del NEA al pueblo de la Región»
Memoria histórica
A finales del año pasado se cumplieron cuarenta años de vida democrática y un momento histórico para el pueblo argentino con la asunción de las nuevas autoridades nacionales, provinciales y municipales elegidas por el voto popular. Dicha celebración nos ha llenado de alegría y gratitud, pero también de preocupación y responsabilidad. Esta ocasión nos motiva como obispos de la Región Pastoral NEA, a reflexionar y evaluar, con una actitud constructiva su situación actual, procurando iluminarla con la luz del Evangelio de Jesús.
Coincidimos que estas décadas fueron intensas. En ellas fue madurando, no sin conflictos y confrontaciones, un consenso fundamental: la opción por la democracia fundada sobre la dignidad de la persona humana y sus derechos. Esta convicción se hizo más fuerte tras la dolorosa experiencia de las heridas todavía abiertas por la espiral de la violencia política y militar, provocada por algunas facciones partidarias, y la reacción desproporcionada del terrorismo de estado, inspirada en la ideología de la “seguridad nacional”.
Compartimos el sentir de los obispos de todo el país cuando afirman que “a cuarenta años de la recuperación de la democracia vemos con dolor cuánto desaprovechamos las posibilidades que teníamos de construir una Argentina pujante y feliz”. Sin embargo, en estos años, con avances y retrocesos y superando graves dificultades, se ha logrado sostener la institucionalidad republicana. Es un bien que reconocemos como don de Dios, porque los que creemos sabemos que es Él, quien dispone los corazones para toda obra buena (cf. 2 Cor 9,7).
Con esta reflexión queremos llegar, en primer lugar, a los católicos que habitan nuestra región. Además, a todas las personas de buena voluntad, que desean apostar al bien común, como base para el fortalecimiento institucional. Aunque entre nuestras provincias hay historias y procesos diversos de desarrollo democrático; sin embargo, todos estamos invitados a recrear el fundamento ético de nuestra convivencia, con tono participativo y federal, respetando las diferencias y pensando en el necesario aporte para forjar una patria de hermanos.
Con ustedes nos sentimos ciudadanos y responsables del cuidado de la democracia. También, como creyentes, predicamos el Evangelio y servimos al bien común. En estos años hemos buscado iluminar el camino que transitamos como Nación, a nivel local y nacional. En el mismo espíritu, los invitamos a seguir caminando y preguntarnos juntos: ¿Qué Argentina soñamos para el nuestro presente y nuestro futuro? ¿Qué Argentina queremos dejar a las nuevas generaciones? ¿Qué anhelamos para nuestra región en el concierto del conjunto de nuestra Patria?
Dignidad humana, cuidado de la vida y fraternidad
Dios pregunta a Caín “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), después que la sangre de Abel cayera sobre la tierra. A partir de entonces, toda la historia de la salvación nos muestra la pasión de Dios por sanar la fraternidad herida y el desorden interior que la genera. En el centro de la historia está Jesucristo, el buen samaritano, quien ofreció su vida para restaurar la fraternidad dañada por el pecado y la indiferencia (cf. Lc 10,1-10). Su amor hasta el extremo manifestado en la cruz, nos recuerda el valor de cada ser humano a los ojos del Padre.
Hace cuarenta años, aquella pregunta por el hermano resonó fuerte en los corazones de todos los argentinos. Y logramos decir “nunca más” a la violencia fratricida. Hoy debemos ampliar ese “nunca más” a toda vida humana que está bajo amenaza de ser violentada. En efecto, nuevas expresiones de violencia nos interpelan acerca de si hemos avanzado en consolidar una auténtica fraternidad.
Queremos recordar que existe una jerarquía de derechos a tener en cuenta por su propio ordenamiento natural, iluminado por la fe. El derecho fundamental a la vida, debería constituirse en motor de una nueva etapa en nuestras provincias, en nuestra región y en la Argentina. Hoy lo vemos valorado y protegido de muchos modos: la solidaridad de la gente y las instituciones en momentos de emergencia, como en la pandemia y otras catástrofes significativas; también se establecieron leyes que intentan tutelar los derechos de minorías relegadas. En cada provincia se podrían enumerar otros progresos.
Sin embargo, tenemos que afirmar que en otros ámbitos hemos retrocedido vergonzosamente. Frente al aprecio natural a la vida en nuestra gente, nos encontramos lamentablemente con la legalización del aborto, dando rango legal al homicidio, que es el más flagrante atentado contra la vida humana inocente. Valoramos el acompañamiento de las madres vulnerables y el que se realiza a las que han tomado esta dramática decisión, pero afirmamos con contundencia profética que la muerte no construye democracia. “Un abismo llama a otro abismo”, dice el salmista (Sal 42,7). Tristemente, la Región del Nordeste Argentino se ha plegado a esta práctica fratricida.
Otro ámbito en que se afrenta la dignidad de muchos es la indigencia y la miseria, efecto de políticas prebendarias y clientelistas, patentes y graves en algunas de nuestras provincias. Además, tanto en las zonas fronterizas como en nuestras ciudades, pueblos y colonias, ha crecido de un modo alarmante una violencia incontrolable. En buena medida, todo esto es fruto del narcotráfico consentido y la adicción a las drogas de miles de jóvenes que deambulan sin rumbo en sus vidas, con la complicidad de instituciones que debieran protegerlos, respetando siempre el estado de derecho. El trabajo esclavo o la falta de trabajo digno y estable, es un cáncer que carcome la vida de las familias, y va mellando valores como la honradez, el sacrificio, la laboriosidad y el aporte solidario al bien común.
Algo semejante tenemos que decir con relación al cuidado de la Casa Común. Primero con Laudato Si’ y recientemente con Laudate Deum, el Papa Francisco es muy drástico en denunciar el maltrato de la tierra y de todo lo creado: “El maltrato de la tierra se corresponde con el maltrato del prójimo. Por eso, cualquier menoscabo de la solidaridad y el civismo produce daños ambientales”. La tierra también tiene sus derechos. Nos acercamos a un punto de no retorno en lo que se refiere al cambio climático y a fenómenos extremos, que dañan poblaciones y cultivos. Algo de ello, penosamente, entre nosotros se está dando. Percibimos en nuestro país, y particularmente en nuestra zona, una conciencia y un compromiso muy débiles, tanto en lo que hace a la ecología doméstica, como a las políticas de estado, que no garantizan las medidas adecuadas para proteger los territorios y a sus habitantes de la deforestación, los monocultivos y la contaminación de las aguas, siendo especialmente afectados los pequeños campesinos, los chacreros y los miembros de los pueblos originarios.
Participación, diálogo y sentido de la libertad
La democracia vive de valores y convicciones que, si no arraigan en el corazón de cada ciudadano y en la cultura del pueblo, la política por sí misma no puede dar. Siempre habrá que cuidarla porque reclama el compromiso de cada uno. Como ha ocurrido en estos años percibimos que, de las reglas del juego democrático, no siempre surgen leyes y prácticas justas.
Debemos velar todos para que la legislación que se va generando rija nuestra convivencia local, provincial y nacional fundada en la verdad y la justicia.
En 1981 el Episcopado publicó “Iglesia y comunidad nacional”, un documento que conserva gran actualidad. Allí se observaban que los valores democráticos generales han quedado “definitivamente incorporados a los rasgos de nuestra nacionalidad”. El desafío para nuestro pueblo –se señala- es “encontrar un modelo adaptado a su propio genio”. Se trata de un complejo proceso integrador, más arduo aun cuando se exacerba la polarización, como ha ocurrido en estos años. Sin embargo, para una sociedad tan diversa como la nuestra, este proceso es una buena orientación para un proyecto de país que sea capaz de hacer converger la riqueza de esa pluralidad de miradas.
Una cultura democrática genuina acepta y defiende la legítima pluralidad de opciones políticas. Asimismo, “necesita del diálogo para la amistad social que hace del encuentro una cultura”. “Ser parte de un pueblo -enseña el papa Francisco- es formar parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales […] abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente”. Los cristianos llamamos “fraternidad” a ese reconocimiento activo del otro en cuanto tal. Aunque hemos avanzado en la aceptación de la pluralidad, es mucho lo que todavía tenemos que caminar. Esto lo observamos en nuestra realidad local. En algunas de nuestras provincias el caudillismo es fuerte, tanto que a veces, puede sofocar cualquier intento de construir un futuro en libertad y fraternidad.
La clara división de poderes y su adecuada interacción, es un principio reconocido por la Doctrina Social de la Iglesia. Como decía san Juan Pablo II: “es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del «Estado de derecho», en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres”. Al cabo de estos años, es bueno que nos preguntemos cuál es el estado de salud de la división de poderes en nuestros gobiernos locales, provinciales y, por extensión, a toda la Argentina. Garantía de una democracia saludable es el compromiso ético de quienes son electos para cargos legislativos y ejecutivos y, sobre todo, la independencia y eficacia del Poder Judicial, como también la honestidad de quienes lo componen. Estos principios indispensables conjuran toda forma de abuso de poder y de corrupción, de maltrato y agresión.
Estamos convencidos de que uno de los pilares de la convivencia democrática es una sana concepción de la libertad. Todos tenemos la capacidad para elegir. Es verdaderamente libre quien elige el bien sin condicionamiento. Un pueblo es libre cuando se dan las condiciones necesarias para que todos puedan vivir dignamente, comenzando por los más vulnerables. Es este uno de los aspectos fundamentales de la justicia social. Los sistemas estatistas y populistas tienden a sofocar la libertad de las personas, generando dependencias nocivas, aumentando progresivamente los controles del Estado y poniendo la economía al borde del colapso. Pero la solución de este drama no pasa por la apertura indiscriminada y anárquica de los mercados, donde siempre termina perdiendo quien menos posibilidades tiene. Ni el paternalismo exagerado ni la ausencia de una regulación fundamental aseguran una auténtica libertad.
En este contexto, adquiere un particular protagonismo la libertad de expresión. De ahí la importancia de los medios de comunicación para la construcción de la cultura del encuentro. “Es necesario asegurar un pluralismo real en este delicado ámbito de la vida social, garantizando una multiplicidad de formas e instrumentos en el campo de la información y de la comunicación, y facilitando condiciones de igualdad en la posesión y uso de estos instrumentos mediante leyes apropiadas”. En estos años de democracia el rol crítico de los hombres y mujeres de la comunicación ha sido clave; sin embargo, la subordinación a intereses económicos, ideológicos o políticos, la concentración en manos privadas o del Estado han conspirado, frecuentemente, contra la verdad y el interés general.
Las redes sociales, por su parte, constituye un verdadero desafío. Por un lado, permiten la interacción de las personas y, por otro, generan interrogantes inquietantes; las falsas noticias, el anonimato, la agresión, publicaciones nocivas, la pornografía, el fanatismo político o el fundamentalismo religioso dañan el tejido social. Todo comunicador tiene una irrenunciable dimensión ética y no pueden sustraerse a la pregunta por la verdad, la justicia y su responsabilidad en la construcción del bien común. Debe colaborar a la promoción de la cultura y del nivel educativo del pueblo. Es necesario que estos medios tecnológicos estén al alcance de todos y permitan a la gente participar activamente en el ejercicio de su libertad. Urge una regulación del uso de las redes, siguiendo el respeto por el otro y el cuidado de su intimidad.
Interculturalidad e inculturación del Evangelio
Temas como la interpretación de la historia, la urbanización, la globalización, el relativismo ético, la reducción de la natalidad y la concentración demográfica, la prevalencia de intereses sectoriales menores por sobre el bien de todos, son indicadores que generan un duro debate cultural. Cabe acotar que, además, es visible la intencionalidad de desplazar a la Iglesia de este terreno; sin embargo, sigue siendo en los lugares más remotos del planeta, y desde los orígenes de nuestros pueblos, motor e impulsora de una cultura humanista integral.
Más que un debate, estamos ante una verdadera crisis cultural. Este diagnóstico puede generar un oscurecimiento de la conciencia y la incapacidad para ver claro y discernir lo más apropiado. Aún más si desaparecen referencias objetivas, dando lugar a visiones incompatibles entre sí, o reñidas con una sana concepción de la creación, del ser humano y de la historia.
Es cierto que la sensibilidad por el respeto a las diferentes culturas es un valor, y la interculturalidad una práctica saludable. Interculturalidad implica respeto, escucha, diálogo, tolerancia, sana convivencia, intercambio fecundo. Esto vale también para nosotros. Es reconocido que Argentina es un crisol de razas y de culturas, algo especialmente visible en algunas zonas de la región. Nuestra historia es expresión de una rica convivencia y de intercambio entre las culturas originarias con las diferentes oleadas de inmigrantes. Más allá de sus luces y sombras, de sus logros y sus equivocaciones; sin embargo, ha generado símbolos identitarios sólidos y populares, en el campo de la cultura y de la fe. No obstante, los aspectos positivos señalados, experimentamos que una de las peores crisis que vive la Argentina es cultural.
En este marco, preocupa el desinterés por la educación, que ha sido y es uno de los grandes motores del crecimiento de la Patria. A su nivel frecuentemente desparejo y deficitario en lo que se refiere a contenidos, se suma la incidencia de ideologías foráneas, que se alimentan de visiones pseudo progresistas, con programas de adoctrinamiento, que nada suman a un discernimiento serio para clarificar quienes somos y hacia dónde queremos ir. La manipulación de la educación es un mal a erradicar. Es necesario comprometerse para revertir este proceso.
A la interculturalidad se corresponde la inculturación del Evangelio, tanto a nivel personal como social, siguiendo la dinámica de la Encarnación y de la Pascua. Somos los bautizados, discípulos misioneros de Jesús, quienes tenemos la misión de fecundar la historia y las estructuras sociales con la visión del Evangelio. Laicos y consagrados estamos urgidos a caminar de un modo sinodal en nuestras diócesis, para ofrecer una formación estable sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que es necesaria para que el Evangelio pueda hacerse cultura. El acompañamiento de la Piedad Popular es otra práctica que no podemos descuidar porque favorece la incorporación de los rasgos propios del caminar de nuestro pueblo creyente.
Esperanzas y desafíos
“Jesús no anula los tiempos difíciles. Tampoco los hace fáciles. Simplemente los convierte en oportunidad. Hace que en ellos se manifieste el Padre y nos invita a asumirlos en la esperanza que nace de la cruz”, son palabras del recientemente beatificado cardenal Eduardo Pironio. Para nosotros, esa esperanza tiene un rostro: Jesús de Nazareth. Él no se desentiende de nuestras luchas y anhelos; los hace suyos y, caminando con nosotros, nos ayuda a ser artesanos de fraternidad. Es la gran esperanza que queremos compartir.
Pocos meses atrás asumieron las nuevas autoridades elegidas por el pueblo. Su responsabilidad es grave, habida cuenta de la actual crisis económica, moral y cultural. Los católicos no pretendemos más que sumar nuestra voz a las de todos los que se hacen oír en el espacio público para buscar el bien común. El humanismo cristiano, esperanzador y optimista, ha ayudado a construir la Argentina. Nuestra zona es un ejemplo elocuente de ello. Lo ha hecho junto con otras tradiciones religiosas y culturales presentes en el generoso espacio de la Región.
Como obispos del NEA, nos ha parecido oportuno recordar algunas verdades, valores y actitudes que sostienen la delicada arquitectura de nuestra democracia; también algunos aprendizajes que hemos hecho en estos años. No se nos ocultan los problemas que arrastramos, ni tampoco el miedo y el desaliento que generan. Por eso, con el Papa Francisco alentamos que se afiance la “mejor política” al servicio de la amistad social y la fraternidad. Vale la pena, como hace cuarenta años, apostar por el futuro de nuestra región y de la Argentina toda. Nos sentimos responsables de seguir haciendo fecunda esa presencia de la fe cristiana en el presente y el futuro de la Argentina.
En sintonía con lo heredado, deseamos una profunda experiencia de humanidad para las provincias de nuestra región que el Señor nos ha confiado acompañar. Es posible un ejercicio más fecundo de la democracia, que consiste en una mayor libertad de expresión y participación, en una sana alternancia en el ejercicio del poder, en una lucha más efectiva contra la corrupción y el narcotráfico, en políticas de promoción más vigorosas, que ayuden a salir de la miseria y la indigencia a grandes masas de pobres, que subsisten en regiones despobladas o en los cordones urbanos de nuestras ciudades. Como lo decía el recordado P. Julián Zini, poeta y profeta de nuestro pueblo, es cuestión de “juntarse y arremangarse”,
En la imagen de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí, la identidad de los habitantes de nuestra zona se ve reflejada y recreada. Cada visita a su Santuario, a orillas del Río Paraná, nos emociona y nos impulsa a una nueva vida. Es por eso que, en este hora difícil y decisiva que vivimos, los obispos de la Región, rezamos junto a tantos peregrinos: “Tiernísima Madre de Dios y de los hombres que, bajo la advocación de la Pura y Limpia concepción de Nuestra Señora de Itatí, miraste con ojos de misericordia, por más de cuatro siglos, a todos los que te han implorado…”. También hoy nosotros te suplicamos, para que nos ayudes a encontrar en Tu Hijo Jesucristo, “camino, verdad y vida” (Jn 14,6), la mejor senda para transitar este tiempo con dignidad, respeto, fraternidad y paz.
Mons. Ramón Dus, Arzobispo de Resistencia, Mons. Andrés Stanovnik, Arzobispo de Corrientes, Mons. José Vicente Conejero, Obispo de Formosa, Mons. Hugo Barbaro, Obispo de Presidencia Roque Sáenz Peña, Mons. Juan Martínez, Obispo de Posadas, Mons. Damián Bitar, Obispo de Oberá, Mons. Adolfo Canecín, Obispo de Goya, Mons. Ricardo Faifer, Obispo emérito de Goya, Mons. Ángel José Macín, Obispo de Reconquista, Mons. Nicolás Baisi, Obispo de Puerto Iguazú, Mons. José Adolfo Larregain, Obispo auxiliar de Corrientes, Mons. Gustavo Montini, Obispo de Santo Tomé.
Santo Tomé (Corrientes), 29 de febrero de 2024.