Por Facundo Pujol
La historia argentina con el Fondo Monetario Internacional comenzó en 1958, y desde entonces, como Estado, hemos celebrado 23 acuerdos. Traigo intencionalmente al debate filosófico la palabra “Estado”, porque, aunque el sistema de gobierno argentino es presidencialista, respaldado por una estructura institucional consagrada en nuestra Constitución Nacional —que establece que el país es representativo, republicano y federal—, el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes.
Y sin embargo, cada ciudadano —cada hombre, cada mujer— ha firmado, en promedio, un acuerdo con el FMI cada tres años durante estos 67 años. Cada niño o niña que traemos al mundo —y en lo personal, este servidor que pronto tendrá la bendición de recibir a Pía, mi primera hija— nace con una deuda en dólares que no verá jamás, ni en esta vida ni en las de sus descendientes. Ésta es la solemne y dolorosa realidad de nuestro Estado Nación.
La tómbola vuelve a caer en el mismo lugar, como siempre. Porque en sus caras tiene solo una que favorece a quien la lanza, y aun así, las probabilidades son tan ínfimas que se cumple la amarga regla que recitaba Galeano:
“Llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte”.
Las probabilidades de ganar la lotería son de una en 302 millones. Aun así, el Estado argentino ha jugado —al menos 23 veces— a esa misma tómbola con el FMI, y sin ser adivinos podemos afirmar: en las 22 veces anteriores, siempre ganó la banca. Es decir, el Fondo.
Argentina vive una nostalgia de haber sido. Nostalgia de subterráneos en su ciudad portuaria, de oleoductos cuando nadie los tenía, de una identidad europeísta, de buenos modales, de una cultura privilegiada, de un fútbol extraordinario y de la mejor materia gris de América Latina. Aun así, juega con su economía como quien lanza una moneda al aire, insistiendo en sacrificarla, pero sin lograrlo. Porque la economía argentina resiste como resiste su pueblo: trabajando. Somos uno de los diez países con capacidad de fabricar y lanzar sus propios satélites al espacio. Uno de los pocos con desarrollo de energía nuclear. Tenemos Vaca Muerta, un horizonte de esperanza y soberanía energética. Fabricamos autos. Generamos ciencia. Producimos cultura. Resistimos.
Y sin embargo, si sumamos todos nuestros núcleos productivos, aún no alcanzamos para cubrir una deuda externa que supera los 500 mil millones de dólares. En 2023, la deuda pública per cápita de Argentina era de 22.030 dólares por habitante, mientras que el PBI per cápita, según el Banco Mundial, apenas superaba los 14.000 dólares. En términos empresariales, sería inviable sostener un negocio con ese desbalance entre lo que se genera y lo que se debe. Y, sin embargo, aquí seguimos.
Estamos en crisis, lo sabemos. Pero lo venimos sabiendo y padeciendo hace más de un siglo. No hay salida mágica, ni mesías, ni soluciones sobrenaturales. La sociedad argentina, cíclicamente, parece buscar redentores que sólo existen en el deseo colectivo. Pero los gobiernos responden, en última instancia, a los aciertos y errores de sus pueblos. Y solo con esfuerzo compartido podremos, alguna vez, salir de esta trampa.
La inflación no cede. Si bien el déficit fiscal ha disminuido drásticamente desde que la actual administración asumió el poder en diciembre de 2023, el fenómeno inflacionario no se resuelve simplemente con dejar de emitir. La evolución de precios en marzo de 2025, que elevó la inflación mensual del 2,4% al 3,7%, acumulando un 8,6% en el primer trimestre, demuestra que la incertidumbre también tiene un peso específico. Con el mismo dinero que en diciembre de 2024 comprábamos diez cosas, hoy apenas podemos comprar nueve.
Se repite la historia. Y ojalá esta Pascua —como símbolo de renacimiento— nos encuentre con la capacidad de generar una nueva historia para la Argentina. Jugar a la tómbola no ha sido solución. Apostar a recetas mágicas tampoco. Ni siquiera elegir líderes con renombre internacional ha dado resultado.
Solo hay una salida posible: un gran consenso nacional. Un acuerdo entre todos los sectores, todas las voces, todas las regiones, para construir —con responsabilidad intergeneracional— un país que le devuelva esperanza a los que vendrán. Lo debemos. Como pueblo democrático, como Nación soberana, como sociedad que quiere existir más allá del desencanto.
Sobre el autor:
Cr. Facundo Pujol es Contador Público egresado de la Universidad Nacional del Chaco Austral. Docente Adjunto por concurso de la cátedra de Finanzas Públicas, y Jefe de Trabajos Prácticos de la catedra de Análisis Económico de la carrera de Contador Público en UNCAUS. Fundador de la consultora Chaco Meridiano. Asesor contable en el Estudio Jurídico y Contable Pujol. Analista económico en Radio La Red Sáenz Peña, Radio Centro y Multimedios Ciudad.