28 marzo, 2024

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Monseñor Barbaro pidió en Cuaresma «agarrarnos de nuestro Padre Dios que nos perdona, nos abraza, sana nuestras heridas, y con su Gracia vive en nosotros»

Sáenz Peña. Mons. Hugo Barbaro, obispo de San Roque dejó un claro mensaje a la feligresía durante la homilía del miércoles de ceniza que contó con un marco multitudinario de participación.

El mensaje del Pastor diocesano:

El profeta Joel, dice por boca del Señor: Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantosy lamentos. (…) Vuelvan al Señor, su Dios, porque él es bondadoso y compasivo. Salganlos ministros del Señor, y digan: “¡Perdona Señor, a tu pueblo!”.

Dios no está empeñado en impedir nuestra felicidad a fuerza de sufrimiento: ayuno, llantos y lamentos. Tampoco busca humillarnos exigiendo que pidamos perdón.

Dios nos quiere mucho, quiere vivir en nosotros y que seamos instrumentos para mucho bien. Al crearnos nos puso en una posición muy privilegiada. Nos hizo libres, y por eso permitió la prueba, la de aceptar o no a Dios como punto de referencia, principio y fin de nuestra vida. La tentación fue fuerte: no le hagan caso al mandato de Dios, hagan la suya podríamos decir, y acabarán siendo como dioses, conocedores del bien y del mal. Cayeron en la tentación de intentar ser como dioses: “no queremos reglas, no queremos límites,decidiremos nosotros qué es bueno o malo, lo que nos conviene o no”.

Ese desprecio de Dios es el pecado original que quebró a nuestros primeros padres y a todos sus descendientes; no podían transmitir la intimidad y la armonía con Dios que ya no la tenían. El ser humano quedó profundamente herido, en primer lugar en su relación con Dios: dejaron de considerarlo un Padre, se escondieron inmediatamente de Él, como de un enemigo del que solo puede venir un daño o exigencias que no nos convienen. Por ese pecado de origen se resquebrajó el mismo ser humano y en lo más íntimo. No hace falta pensar mucho para darnos cuenta con qué facilidad nos equivocamos buscando la felicidad en lo que no nos conviene, y en vez de felicidad acabamos encontrando tristeza, amargura, la experiencia del mal elegido que nos avergüenza y nos corrompe.

Se resquebrajó la relación con las demás personas; entró la discordia, la incomprensión, la violencia y tantos males que amargan la propia vida y la de los demás. Entró el mal en la familia, en la sociedad, en el mundo, en toda la Creación. Tampoco hace falta buscar mucho para darnos cuenta de la cantidad de mal que hay por todas partes.

¿Qué hizo Dios? Traernos la salvación. Envió a su Hijo -Dios y Hombre verdadero- que se entregó por nosotros hasta la Muerte en la Cruz y resucitó. Fue el modo que eligió para sacarnos de ese alejamiento de Dios y de la miseria del mal. Ahora podemos estirar la mano y agarrarnos de nuestro Padre Dios que nos perdona, nos abraza, sana nuestras heridas, y con su Gracia vive en nosotros. Podemos vivir una vida diferente, renovada, la de hijos de Dios y alcanzar la vida eterna. Respeta nuestra libertad, es vida nueva podemos buscarla o no buscarla, quererla o no quererla.

Si dejamos que esa vida en Dios nos transforme, ayudaremos a impregnar de Dios todo lo que nos rodea, a sanar nuestra relación con los demás en las familias y en la sociedad,tantas veces cargadas de broncas, de falta de misericordia y de perdón.

La Cuaresma es tiempo de preparación para los grandes misterios de nuestra fe: la Pasión,Muerte y Resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Es un tiempo litúrgico propicio para levantar la mano y agarrar la de Dios que nos quiere sanar, cambiar. Hay una realidad que es evidente: el pecado nos atrae, y comentemos pecados. Necesitamos convertirnos.

Todo pecado es ofensa a Dios porque desprecia la santidad, el orden y la armonía que Dios quiso en nosotros. Toda ofensa exige pedir perdón. Y el perdón de Dios sana las heridas del pecado, las disposiciones torcidas que exigen conversión, cambio. Quien se arrepiente siente la necesidad de reparar lo hecho, de compensar su conducta desordenada con la penitencia. La penitencia nos despega de nuestra inclinación a las cosas de la tierra, nos eleva hacia Dios y atrae la Gracia de la conversión.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos indica tres obras de penitencia que ayudan a la conversión: ayuno-oración-limosna. En su menaje de Cuaresma el Papa Francisco dice:Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Nos apartamos de Dios por esa avidez de cosas, de placeres; nos viene bien ayunar, a veces privándonos de caprichos, cada uno sabrá cuál, y ese sufrimiento ayudará a que el amor a Dios y a los demás.

Orar -dice el Papa- para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. El orgulloso no reza, en el fondo no necesita de Dios; manifiesta de algún modo aquello de ‘serán como dioses’, o sea:no necesitarán de Dios.

Dar limosna -añade el Papa- para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. El futuro debe ser el Cielo, ¿de que nos sirve acumular acá si no invertimos para ganarnos la vida eterna?

La Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para el examen de conciencia y para buscar la gracia en el sacramento de la Confesión, experimentando así la alegría del perdón de Dios, del gran amor que nos tiene.

Qué felicidad liberarnos del egoísmo y de tantas consecuencias del pecado, reencontrarnos más profundamente con Dios, y poder llevarlo a un mundo atestado de sufrimiento y de maldad. Que Nuestro Señor nos conceda abundantes Gracias para unirnos más a Él en este tiempo tan propicio que comienza. Así sea

 

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