Buenos Aires. La medida de fuerza promete una contundencia mayor a cualquier otra ensayada desde 2015 por contar con la adhesión de todo el arco sindical e incluso de aquellos gremios identificados con el oficialismo.
El paro de este miércoles, el quinto contra Mauricio Macri convocado por la CGT y el sexto al computar el concretado el 30 de abril pasado por el sindicalismo opositor que rodea a Hugo Moyano, será más una pasarela para la exhibición de musculatura gremial hacia el próximo Gobierno que un castigo dirigido a la administración de Cambiemos. Será, además, para la central obrera el último contra la actual gestión –si no sucede un imponderable- y para los disidentes una estación más en su planificación de administración constante de la conflictividad y que prevé sostener hasta octubre.
La medida de fuerza, en tanto, promete una contundencia mayor a cualquier otra ensayada desde 2015 por contar con la adhesión de todo el arco sindical –con la habitual participación por separado de la izquierda partidaria y las organizaciones sociales- e incluso de aquellos gremios identificados con el oficialismo. Resignado, el Gobierno sólo atinó en las últimas horas a argumentar que la acción no conllevará un cambio en la política económica y sólo terminará por causar la pérdida del presentismo y del día laboral para quienes no deseen hacer huelga.
Los efectos se sentirán en todas las actividades. Será total el paro en el transporte público de pasajeros (colectivos, trenes, subtes, taxis, actividad aerocomercial), en el movimiento de camiones y el sector fluvial; en la administración pública (adhieren los rivales UPCN y ATE) y en los servicios de salud (sólo habrá guardias) y Justicia, y no habrá clase en ningún nivel educativo. Tampoco habrá bancos y se prevé una reducción sustancial de la producción fabril, ya de por sí uno de los rubros más golpeados por la crisis económica. Como es habitual en el comercio y en el rubro gastronómico y hotelero el acatamiento promete ser más dispar.
Lo central, sin embargo, es el mensaje que emanará de cada sector convocante. Por lo pronto los dos grandes polos que llamaron a la huelga evaluarán sus resultados por separado: a las 11 será la conferencia de prensa del Frente Sindical por el Modelo Nacional, que integran los camioneros, los mecánicos del Smata, los bancarios, la Corriente Federal de Trabajadores (gráficos, pilotos y docentes privados, entre otros) en la Federación que encabeza Moyano mientras que a las 15 el Consejo Directivo de la CGT hará lo propio en la histórica sede de Azopardo. En la “mesa chica” de la central dijeron que también estaba contemplada a las 11 una evaluación preliminar.
Moyano y sus aliados harán un diagnóstico de los tres años y medio de administración de Macri y avisarán de la continuidad de un plan de lucha en los próximos meses. Hasta ayer en ese espacio no se animaban a confirmar si habrá un nuevo paro (seguramente sería a espaldas de la CGT) pero dieron por hecho que habrá más acciones de protesta y que se las proyectará a las provincias. La munición que puede exhibir el grupo pasa por el poder de movilización de los camioneros y de las dos versiones de la CTA así como el carácter estratégico de algunas actividades como la producción automotriz o la de los bancarios.
Los “gordos” de los grandes gremios de servicios y los “independientes” de buen diálogo con Cambiemos, pilares de la jefatura de la CGT, no necesitarán de ese nivel de espectacularidad para mostrar poder de daño. Bastará con la ausencia de colectivos y trenes para confirmar el compromiso de los dos principales sindicatos de esas actividades, UTA y La Fraternidad, respectivamente, con la institución madre del sindicalismo en la Argentina. Claro que ambos gremios sellaron en estos años una alianza que las dotó de un perfil de líberos: el 18 de diciembre de 2017, y pese a que se trataba de un paro convocado por la CGT, la UTA se bajó a último momento de la medida y hasta se dio el lujo de comunicarlo a través de un documento.
En cualquier caso el destinatario de los pronunciamientos de cada sector será la política. El objetivo, en la versión más amable, será invitar a los candidatos –en particular los peronismos- a incluir en sus listas a dirigentes gremiales y hasta nominarlos para cargos ejecutivos. De paso también mostrará de lo que es capaz el “movimiento obrero” cuando se decide por una reivindicación.