26 noviembre, 2024

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El Papa rezó por los “nuevos crucificados de hoy”

Roma. 14 estaciones para visibilizar a las víctimas de trata, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse y los migrantes.

Los nuevos crucificados de hoy” fueron los protagonistas de una nueva edición del viacrucis encabezado por el papa Francisco en el Coliseo Romano. En cada estación, las reflexiones estuvieron centradas en el drama que viven las víctimas de la trata, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse y los migrantes.

La religiosa directora de la Asociación «Slaves no more», encargada de preparar las meditaciones del viacrucis del Viernes Santo en el Coliseo, ha querido de este modo viajar «junto con todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia de hoy, víctimas de nuestros cierres, poderes y legislaciones, ceguera y egoísmo, pero sobre todo de nuestros corazones endurecidos por la indiferencia». Entre los conmemorados estuvieron los 26 jóvenes nigerianos cuyos funerales se celebraron en Salerno, y su compatriota Favour, de 9 meses de edad, que perdió a sus padres en el mar.

En una corta oración final, Francisco pidió que se vieran  ‘todas las cruces del mundo‘, las de las personas con hambre o  abandonadas, pero también la ‘de los migrantes que encuentran las  puertas cerradas por el miedo y los corazones blindados por los  cálculos políticos‘, la de los ‘pequeños, heridos en su  inocencia‘.

En la primera estación, la figura de Poncio Pilato inspiró la oración «por los responsables, para que escuchen el grito de los pobres» y «de todos aquellos jóvenes que, de diversas maneras, son condenados a muerte por la indiferencia generada por políticas exclusivas y egoístas».

En Jesús que toma la cruz, en cambio, está la invitación a reconocer «los nuevos crucificados de hoy: los sin techo, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en chabolas al margen de nuestra sociedad, después de haber enfrentado sufrimientos sin precedentes». Pero el pensamiento se dirigió también a los niños «discriminados por su origen, el color de su piel o su clase social».

En las estaciones de Jesús hacia el Calvario, se relataron diversos episodios: En el encuentro con María, se mostró la situación de «demasiadas madres que han dejado salir a sus jóvenes hijas hacia Europa con la esperanza de ayudar a sus familias en la extrema pobreza, mientras que ellas han encontrado humillación, desprecio y a veces incluso la muerte»; en Jesús que cae por primera vez, la fragilidad y la debilidad humana son el punto de partida para recordar a los samaritanos de hoy que se inclinan «con amor y compasión sobre las muchas heridas físicas y morales de aquellos que cada noche viven el miedo a la oscuridad, la soledad y la indiferencia».

Y cómo no ver en el viacrucis a los muchos niños, en diversas partes del mundo, que no pueden ir a la escuela, «explotados en minas, campos, en la pesca, vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos, así como utilizados y explotados… por muchos, incluso cristianos».

Son menores «privados del derecho a una infancia feliz», criaturas utilizadas “como mercancías baratas, vendidas y compradas a voluntad».

En el centro de las meditaciones de la Hermana Eugenia Bonetti, que lucha desde hace años contra el tráfico de seres humanos, hay migrantes y víctimas de la trata. De ahí, su llamado a «crecer en la conciencia de que todos somos responsables del problema» y de que todos podemos y debemos ser parte de la solución, tal como se lee en la octava estación, «Jesús se encuentra con las mujeres».

En la novena estación, Jesús, que cae por tercera vez, «exhausto y humillado bajo el peso de la cruz». Una imagen que evoca también a la humillación y cansancio de «tantas jóvenes, forzadas a salir a la calle por grupos de traficantes de esclavos, jóvenes que no soportan el esfuerzo y la humillación de ver su joven cuerpo manipulado, abusado, destruido, junto con sus sueños». Son el fruto de la cultura del descarte. Es la incómoda pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermana?» – la cual debe «ayudar a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como residuos».

La imagen del cuerpo despojado de Cristo, comparable a la de los menores, objeto de la compraventa, nos permite reflexionar sobre los ídolos de todos los tiempos: el dinero, la riqueza y el poder que han hecho que todo sea comprable.

La última estación, que conduce al sepulcro de Jesús, nos hace pensar en los «nuevos cementerios de hoy»: el desierto y los mares, donde hoy moran eternamente «hombres, mujeres, niños que no pudimos o no quisimos salvar».

«Mientras los gobiernos discuten, encerrados en los palacios del poder – escribe la hermana Eugenia – el Sáhara está lleno de esqueletos de personas que no han resistido la fatiga, el hambre, la sed y el mar se ha convertido en una ‘tumba de agua’. Y entonces la esperanza es que la muerte de Cristo pueda «dar a los líderes de las naciones y a los responsables de la legislación una conciencia de su papel en la defensa de cada persona creada a imagen y semejanza de Dios, y que su resurrección sea un faro de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los pueblos, las religiones y las leyes».

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