Neuquén. Marcelo Reynoso, de 56 años, en una celebración que tuvo lugar el sábado 21 de noviembre en la catedral neuquina fue ordenado por el Marcelo Reynoso.
El obispo de Neuquén, monseñor Fernando Croxatto, en una celebración eucarística que presidió el 21 de noviembre en la catedral María Auxiliadora, ordenó sacerdote al diácono Marcelo Reynoso, de 56 años, viudo y padre de dos hijos.
La comunidad acompañó la ordenación desde sus hogares, a través de las redes sociales, de acuerdo con los protocolos vigentes por la pandemia del coronavirus. El nuevo sacerdote eligió como lema “No puedo callar lo que he visto y oído”.
En su homilía, monseñor Croxatto recordó que hace 33 años, el ahora sacerdote entraba a la catedral “para sellar tu amor con Alejandra”. Y hoy, señaló, “has vuelto a entrar en ella para sellar tu amor al Crucificado, hoy has entrado a la catedral para subirte a esa Cruz, para amar como Él nos amó y dar su vida en rescate por una multitud. Hoy entrás para subirte al altar, perpetuar el misterio de la salvación de los hombres y hacerte pan que alimente, sostenga, anime la vida de tantos hermanos”.
“¡Cómo nos habla a la luz de los textos el Buen Pastor! Ese Pastor que no te abandonó en ese momento doloroso de la partida de Alejandra y que siguió mostrándote el camino del amor. ¡Qué importante aprender y ser pacientes ante los caminos del Señor para nuestra vida, porque Él siempre está y no nos abandona! ¡Que el misterio de tu vida sea luz y esperanza para muchos!”, exclamó el obispo.
En cuanto al contexto de la ordenación, el prelado destacó que la pandemia es un tiempo difícil que “no permite bajar los brazos”. En ese sentido, mencionó la partida de dos sacerdotes en la última semana, “cuyo testimonio es tan rico para todos nosotros como Iglesia y cuánto más para nosotros sacerdotes, qué fuerza, qué caridad la de sus corazones”.
Por otra parte, consideró que es “una pandemia que ha dejado al desnudo nuestras debilidades y pobrezas humanas, como estas contradicciones de expresiones y decisiones políticas y sociales ciegas, insólitas, inoportunas, como el proyecto de ley del aborto”. Sin embargo reconoció, “para los que creemos, siempre oportunos desde la mirada de Dios. Porque tenemos certeza de que nada de lo que vivimos se perderá, cuando lo hacemos en su amor”.
“Y en el día de la solemnidad de Cristo Rey, en este marco festivo, el Señor nos habla y te habla de un modo especial por eso quiero compartirte algunos ecos que me parecen oportunos”, expresó.
“El profeta nos recuerda y nos ubica ¡Aquí estoy Yo…Yo soy el Pastor! Él siempre va a ir delante tuyo en el corazón de las ovejas, él siempre se ocupa de ellas. Pero también este texto, te marca el modo de ser pastor, que debe buscar, ocuparse de su rebaño, librarlas, hacerlas descansar, vendar las heridas, curar las enfermas, ‘no dejarte atrapar por las gordas y acomodadas’. Y siempre dejá que el Señor juzgue, no nos hagamos jueces nosotros. Este es un programa de vida sacerdotal”.
“El hermoso salmo 22, confianza y certeza, que también tenemos que escucharlo nosotros como pastores y decirnos muchas veces ¡El Señor es mi pastor! No nos va a faltar ni su bondad, ni su gracia. Tenemos que abrirnos a Él, contamos con Él y su llamada es ‘irrevocable’. El problema no es Él, sino nosotros, cuando perdemos la conciencia y la necesidad de su pastoreo y nos creemos dueños del rebaño y de su Iglesia”, advirtió.
Refiriéndose a la carta de Pablo, consideró que “nos marca una tarea-misión: ‘que todos revivan en Cristo más allá de su muerte corporal’. De allí que nuestra preocupación y nuestro gastar fuerzas cada día sea para que ‘vivan unidos a Él’, que ‘Él sea el centro del corazón de nuestros hermanos’. Somos colaboradores de la misión de Cristo, para que lleguemos a esa plenitud donde ‘Dios sea todo en todos’”, recordó.
Y finalmente, en referencia al Evangelio, afirmó: “Nos indica el estilo pastoral de ‘la misericordia’; una misericordia que no se conforma solo con las obras importantes y necesarias, sino una ‘caridad pastoral’ que me hace ver al hermano en su necesidad concreta y trabajar en las causas que lo esclavizan en ella. Y una caridad pastoral que te lleve a vivir una Espiritualidad de comunión, esa capacidad de sentir al hermano, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad”.
“Es esa capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí». Es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan. Esta es la fuente de nuestro lema. Cada comunidad para todas las comunidades. Una espiritualidad de comunión que hoy sostiene el sueño de Francisco en la Fratelli Tutti”, agregó.
“Querido Marcelo: tu sacerdocio es participación en el sacerdocio de Cristo para continuar su obra. Hoy, esta misión está marcada por lo que el Espíritu Santo le está pidiendo a la Iglesia y que está reflejado en todos los documentos del papa Francisco. ¡Sé fiel, en ellos está contenida nuestra fidelidad!”, animó monseñor Croxatto al nuevo sacerdote, invitándolo a “no callar lo que has visto y oído”.
“Que tu ministerio esté siempre atento a ese Espíritu, dejate siempre guiar y enseñar por Él, por más que seas una persona adulta, con experiencia de vida, sé humilde, dejate enseñar por Dios y por la gente, por los que Él pondrá en tu camino. Comenzás a ser sacerdote instituido, hay que despojarse y desnudarse ante el Señor y su pueblo cada día. ¡Somos simples servidores, instrumentos de su Gracia!”, concluyó, pidiendo a María, Madre de los sacerdotes: “Acompañá a este tu hijo en su vida y en su ministerio”.
El nuevo sacerdote se dirigió luego a la comunidad con un mensaje en el que recordó que “Dios es bueno, siempre, en toda circunstancia”, que “Dios nos ama inmensamente, y no sólo con un amor que podemos pensar, que podemos sentir. Con un amor que nos desborda, con un amor que sana, con un amor que salva”.
“Mirar el corazón y las manos del Señor es sanarnos, es salvarnos, es estar eternamente unidos a los que partieron, pero con alegría, con el corazón inmensamente agradecido de ser sus hijos, de este Dios Padre que nos abraza, que nos corrige. Este Dios Padre que nos conduce a través de su Hijo a sus brazos, es ese Dios que me sigue regalando en mi vida todo lo que no puedo comprar con nada, todo lo que me desborda, que me ensancha, y que Él sabiendo de mi debilidad, de mi pecado, es fiel”.
“Él está siempre. Siempre Dios es bueno”, concluyó, reconociendo que “seguirlo a Él no es un mérito propio, sino que es Él mismo que se instala en el centro de nosotros, y me regala el poder de ser su servidor, que me regala el gozo de poder acompañar en esos momentos difíciles, en esos momentos de caos en la vida, pero con el corazón lleno de ese amor. Y vale la pena, sin duda, vale la pena”.