22 noviembre, 2024

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Carta Pastoral de Monseñor Barbaro con ocasión del Año Mariano Nacional 2019-2020

Sáenz Peña. desde el Obispado agradecen el trabajo abnegado que llevan adelante los medios de comunicación, y acercan la Carta Pastoral que Monseñor Hugo Barbaro ha publicado motivando a vivir el Año Mariano que inició en el país el pasado 8 de diciembre.

Carta con ocasión del Año Mariano Nacional

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, queridos fieles:

  1. 1. Hemos abierto el Año Mariano Nacional en el Santuario de Nuestra Señora de La Laguna el 8 de diciembre de 2019, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Empezamos a recorrerlo en nuestra diócesis con gran alegría porque siempre llena nuestro corazón todo lo que se refiera a Nuestra Madre del Cielo. También lo iniciamos con mucha esperanza porque confiamos mucho en Ella, y tenemos la seguridad de que en el Año Marino se volcará de modo especial con sus hijos argentinos.

Un gran número de fieles peregrinó al Santuario. Muchos desde bien lejos, incluso caminando toda la noche para ofrecer el obsequio de ese esfuerzo a Nuestra Señora. Algunos llegaron en bicicleta, a caballo, en moto, todos para rezar frente a la piadosa imagen de la Virgen de la Laguna, e hicieron largas colas en oración para acercarse a tocarla. Fue una jornada de gran fiesta, en la que Nuestra Madre, sin lugar a dudas, se llenó de gozo al ver a sus hijos participar de la Santa Misa, acudir a la Confesión Sacramental, y compartir bajo su amparo materno, en el amplio predio del Santuario, esa feliz jornada con seres queridos y amigos.

La Virgen, un regalo de Dios para nosotros

  1. Dios no es un ser lejano; está muy cerca de cada uno y nos quiere con un Amor Infinito. Una manifestación de ese amor es habernos dado una Madre, una Mujer bien cercana a nosotros que es la Madre de Dios porque su hijo es el Hijo de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo (cfr. Lc 1, 26 ss.).

Un Año Mariano es una ocasión privilegiada para demostrar el cariño que tenemos a Nuestra Madre María. Ese amor grande que se encierra en nuestro corazón es un regalo de Dios. Fue Él quien puso en nuestro corazón la capacidad de amar, y entre esos amores ocupa un lugar muy especial el cariño a la Virgen. Nos sentimos muy cómodos con Ella, llenos de paz, con la seguridad de que nuestras inquietudes, inseguridades, sufrimientos y necesidades están en las mejores manos. Tenemos certeza de que Ella siempre se ocupa de nosotros y hará mucho más de lo que podemos imaginar.

  1. Consideramos a la Virgen María como alguien familiar y cercano a nosotros, se trata de un hermoso privilegio. Nuestros seres queridos, cabe recordar a los abuelos, fueron seguramente quienes buscaron para nosotros la protección de la Madre de Dios. Quizás desde niños, en sus brazos, hemos participado de alguna procesión en su honor o visitamos un Santuario o capilla dedicado a Ella. Han logrado su objetivo: Ella nos cuidó, nos sigue cuidando, y nos guía en todo momento.

La queremos y mucho. Y esto lo demuestra la fuerza con que nos atraen todas las manifestaciones de amor a Nuestra Señora, y el deseo que tenemos de vivir las con mayor piedad y devoción, clara señal de nuestro amor a la Madre.

  1. Desde el momento de la Anunciación y de su sí a Dios, María cumplió con su misión de Madre, acompañando la vida y la misión de Jesucristo. Estuvo firme, fuerte junto a la Cruz en la que Él se entregó por nosotros. Cristo, antes de morir, en la persona de San Juan nos entregó a María por Madre: Viendo Jesús a su Madre y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu Madre’: Y desde aquella hora el discípulo la tomó consigo (Jn 19, 26-27).

Su labor de Madre se expresó de muchos modos después de la Resurrección. Con cariño materno acompañó e impulsó a los discípulos de Jesús a la misión que Él les había encargado: Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y sus hermanos (Hech 1, 12-14).

Sigue cumpliendo ahora fielmente ese misión de Madre de la Iglesia y de Madre nuestra ocupándose de cada uno de nosotros, ¿cómo podrá olvidarse de un hijo la mejor de las madres? Consigue mucho desde el Cielo porque es la Madre de Dios, ¿le podrá negar algo el Padre Misericordioso?

¡Cómo nos ayuda la Virgen! Sabe mejor que nosotros qué es lo que nos conviene y lo consigue. Nos guía, orientándonos por el buen camino que es el de la felicidad, y hacia el amor y el servicio a sus otros hijos, nuestros hermanos.

Y desde aquella hora el discípulo la tomó consigo

  1. Volvamos a considerar las palabras de San Juan recién citadas: Y desde aquella hora el discípulo la tomó consigo (Jn 19, 27). Algunas traducciones del texto dicen que el discípulo la llevó a su casa, o sea que la Santísima Virgen María compartía muchos momentos con San Juan. Podemos preguntarnos cada uno de nosotros: ¿llevo a la Virgen a mi casa?, ¿la tengo conmigo? ¿Está presente en todas las cosas de mi vida, en mis necesidades, en mis alegrías y en mis penas, en mis ilusiones y en mis proyectos? ¿Advierto su cariñosa ayuda en lo habitual de cada jornada y en los momentos más trascendentes o difíciles? ¿Descubro su intervención materna y discreta en esos impulsos interiores que me orientan hacia Cristo?
  2. En medio de nuestras debilidades y limitaciones, de nuestros olvidos, como buenos hijos buscamos estar con María. Gustosamente nos desplazamos a distintos santuarios, particularmente a Itatí. Estamos felices en su casa, llevando el regalo del sacrificio que supuso el viaje, y en ocasiones el de caminar bastantes kilómetros. ¿No va a retribuir la Virgen nuestro cariño con mucho más de lo que le pedimos? Como los niños pequeños que no advierten los desvelos de su mamá, no logramos percibir todo lo que hace Nuestra Madre por nosotros en todo momento. ¡Cuánto aprendería San Juan de Santa María! Se sentiría apoyado y alentado por Ella, impulsado a la santidad y a la tarea misionera en seguimiento de Cristo. Era joven; experimentaría debilidad ante los desafíos que Jesucristo le había confiado. Del mismo modo María se ocupa de nosotros, nos apoya y alienta en las circunstancias concretas de nuestra vida, evidentemente muy distintas.

Estar con María

  1. Jesús nos dio a María por Madre. Le gustará a Cristo que en el Año Mariano aprendamos a estar más con Ella, no solo en algunos momentos, como los de una peregrinación o los de la visita a un templo, sino en todos los momentos de nuestro día y de nuestra vida. Cristo quiere que la llevemos a nuestra casa, que la tengamos todo el tiempo con nosotros. Así estaremos protegidos y bien orientados; lo necesitamos, somos frágiles y el ambiente que nos rodea muchas veces nos confunde y desvía.

Dios nos concederá estar siempre con María, experimentar continuamente su presencia, si ve nuestro empeño en elevar nuestro corazón a la Santísima Virgen con distintas oraciones y devociones muchas veces cada día. Aprenderemos a hacerlo del modo espontáneo y connatural con que un niño se dirige y llama a su mamá. Nos ayudarán las imágenes de la Virgen que destacan en nuestras casas y en tantas calles o plazas de nuestros pueblos, atraen nuestras miradas llenas del amor de hijos que se abandonan a sus cuidados maternos.

  1. Un modo muy especial de estar con María es la devoción del Santo Rosario que tantos milagros arranca de Dios. En distintas apariciones la misma Virgen Santísima alentó a rezarlo, ¿no es señal clara de que a Dios le agrada esta devoción, este modo de estar con María que tanta fuerza tiene ante Él? Le gustará a nuestro Padre Dios que divulguemos esta devoción y que las familias se unan a la Madre del Cielo rezando juntos el Santo Rosario, demostrando así su amor y buscando su amparo.

Meditemos estas palabras del Papa Francisco: María no nos deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre camina con nosotros, está con nosotros (…) María nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La oración con María, en especial el Rosario, pero escúchenme con atención: el Rosario. ¿Ustedes rezan el Rosario todos los días? (…)  Pues bien, la oración con María, en particular el Rosario, tiene también esta dimensión ´agonística´, es decir, de lucha; una oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices. También el Rosario nos sostiene en la batalla. (Vaticano, 15-VIII-2013).

(Significado de Agonística: Arte de los atletas. Ciencia de los Combates. Diccionario de la Real Academia Española / Otros sitios explican que era el arte de presentarse los atletas en los juegos olímpicos o en cualquier evento deportivo en la antigua Grecia, era característico en la disciplina de la gimnasia).

María nos lleva a Jesús

  1. Desde el momento de la Encarnación, el centro y la referencia de la vida de la Virgen María fue Jesucristo. ¿Cómo sería su trato con Él cuando era niño, adolescente o un muchacho joven?

Nuestra Madre tendría un gran parecido con Jesús, no solo físicamente o en sus gestos sino en su interior. Su corazón, toda Ella, se iba transformando continuamente en Cristo: meditaba lo que contemplaba en Él y lo que le escuchaba decir: conservaba todas estas palabras meditándolas en su corazón (Lc 2, 19; cfr. Lc 2, 51).

Durante los años de vida oculta y pública de Cristo, asociada completamente a su vida y a su misión, fue haciendo propios sus pensamientos y sus deseos, su modo de amar. El sentido de la vida de María era el plan de Dios, eran los proyectos de su Hijo, y en esto encontraba su felicidad.

10 ¿Qué quiere la Virgen Santísima para nosotros? Que Cristo sea el centro y la referencia de nuestra vida como sucedía en la suya. Quiere que nos dejemos transformar por Él, que seamos verdaderamente felices siguiendo su ejemplo y sus enseñanzas, que hagamos propios sus proyectos de salvación y de misión.

  1. ¿Qué medios podemos poner para avanzar en esto? Comencemos por contemplar más a Cristo con unos minutos diarios de oración personal. En esos ratos podremos contarle lo que nos sucede, experimentar su presencia, aprender a oírlo. Con María, Maestra de oración, sentiremos la necesidad de estos ratos con el Señor.

Consideremos estas palabras del Papa Francisco: La oración nos cambia el corazón. Nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios. Pero para esto es importante hablar con el Señor, no con palabras vacías. Jesús dice: ‘Como hacen los paganos’. No, no, hablar con la realidad: ‘Pero, mira, Señor, que tengo este problema, en la familia, con mi hijo, con este, con el otro… ¿Qué se puede hacer? ¡Pero mira que tú no me puedes dejar así!’. ¡Ésta es la oración! ¿Pero tanto tiempo lleva esta oración? Sí, lleva tiempo.(Homilía en Santa Marta, 3-IV-2014).

Los Evangelios nos permiten meditar su vida, sus enseñanzas y sus milagros. El Evangelio que se lee en la Misa de cada día lo podemos encontrar impreso o en las redes sociales; además, algunos sitios ofrecen valiosas reflexiones.

También nos enseña el Papa Francisco: Rezar a Jesús para conocerlo mejor. (…) Sin oración nunca conoceremos a Jesús. ¡Nunca! ¡Nunca! (…) Imitar a Jesús. Tomar el Evangelio: qué ha hecho Él, como era su vida, qué nos ha dicho, qué nos ha enseñado e intentar imitarlo». (…) Podemos hoy, durante el día, pensar en cómo va la puerta de la oración en mi vida: ¡pero la oración del corazón no es la del papagayo! Esa de corazón, ¿cómo va? ¿Como va la celebración cristiana en mi vida? ¿Y cómo va la imitación de Jesús en mi vida? ¿Cómo debo imitarlo? ¡Realmente no te acuerdas! ¡Porque el libro del Evangelio está lleno de polvo, porque nunca se abre! Toma el libro del Evangelio, ¡ábrelo y encontrarás cómo imitar a Jesús! (Homilía en Santa Marta, 16.V-2014).

Existen también libros que ayudan a la oración, a aprender  tratar y  amar a Dios. El silencio exterior contribuye a encontrar a Dios en nuestro corazón y tratarlo. Podemos preguntarle: ¿qué me querés decir a través de lo que estoy meditando? El Señor nunca nos deja solos, nos hace experimentar su fortaleza, nos habla y nos guía, respetando siempre nuestra libertad ya que podemos decir que sí o ignorar lo que insinúa en nuestro corazón.

La Virgen y nuestra fragilidad

  1. Nuestra Madre del Cielo nos quiere fuertemente identificados con Cristo en su vida y en su misión. Comprende mejor que nadie nuestra debilidad, mucho mejor que cualquier madre de la tierra la fragilidad de su niño pequeño. Ella entiende que podemos desviarnos del camino, que se confunden nuestras ideas y acabamos eligiendo lo que no nos conviene, incluso el no dar el lugar prioritario que corresponde a Dios en nuestra vida.

María no abandona a ninguno de sus hijos. No se le oculta que nos cuesta dominar las pasiones, que con facilidad el corazón se nos llena de egoísmo. Sabe que podemos caer en el orgullo y olvidarnos del amor que debemos a Dios y al prójimo.

Cuántos acaban desconociendo el sentido de la existencia humana, no saben para qué viven. Si perdiéramos de vista que nuestra meta es la eternidad en el Cielo, las aspiraciones, el estilo de vida, la conducta personal fácilmente se desorientarían. Podríamos acabar buscando la felicidad en lo que corrompe todo corazón y conduce a una vida triste, desgraciada, sin sentido.

  1. Nuestra Madre la Virgen Santísima siempre sale a nuestro encuentro. Busca que dejemos entrar a Dios en nuestra existencia humana. Así como una madre espera el momento oportuno para hacer reflexionar a un hijo que ve desviarse del buen camino, Nuestra Madre Santa María mueve al silencio interior, a la reflexión, y con cariño materno al corazón humano para que se abra humildemente a las luces que Dios siempre concede.

En este Año Mariano la Virgen nos está ayudando de modo especial a avanzar por el buen camino, el de la auténtica felicidad. Ella siempre alienta a descubrir a Jesús que nos ama, que nos ayuda a superar nuestras debilidades; logra que escuchemos como aquel ciego: ¡Tené ánimo, levantate, Él te llama! (Mc 10, 49).

Hagan lo que Él les diga

  1. Jesús hizo su primer milagro en las Bodas de Caná: convirtió agua en vino. La Virgen había manifestado a su Hijo la necesidad que surgió en ese festejo, y tras la respuesta de Cristo, Ella dio una indicación precisa a quienes servían: Hagan lo que Él les diga (Jn 2, 1-5). Como en aquellas bodas, María nos hace esa misma indicación en este Año Nacional Mariano.

Después de aquellas palabras los Evangelios no recogen otras de Santa María, aunque Ella sigue presente en la vida de Jesús y de sus discípulos. Es como si con aquella frase ya hubiera dicho todo lo que tenía que decirnos. Ojalá suene fuerte en nuestros corazones esa invitación de Nuestra Madre.

  1. Hagan lo que Él les diga. Lo que indique Jesús es lo que vale verdaderamente la pena, lo que nos conducirá a la plenitud humana y cristiana, a una vida feliz llena de realidades positivas, y al Cielo para toda la eternidad. Esto es lo que quiere María.
  2. ¿Y qué nos diría Jesús en un Año Mariano? Evidentemente que amemos mucho a su Madre Santa María que es también Madre nuestra. Ella es el camino que nos lleva a Dios: a nuestro Padre que está en los Cielos, al seguimiento del Hijo que se hizo Hombre, a escuchar con docilidad al Espíritu Santo que habla en nuestro interior.
  3. ¿Y qué más nos señalaría Jesús y por tanto María en este Año Mariano? Lo resumiría en los siguientes puntos:
  4. a) La oración personala la que ya me referí en el n. 11 de esta Carta Pastoral. Se trata de un medio imprescindible para conocer y amar a Jesús, y para descubrir y tener fuerzas a la hora de hacer lo que Él nos dice. La oración ayuda a orientar nuestras pequeñas decisiones diarias por el camino de Dios.
  5. b) Conocer las enseñanzas de Jesús. La ignorancia es un gran enemigo de la Fe. El Catecismo de la Iglesia Católica, y muchas publicaciones, también en Internet, facilitan pensarla Fe y encauzar ordenadamente nuestra vida conforme al plan de Dios.
  6. c) Cumplir los Mandamientos. Es lo que señaló Jesucristo a un joven que le preguntó: ¿Maestro bueno, ¿qué debo hacer para ganar la vida eterna? (Mc 10,17). El muchacho llevaba una conducta buena, acorde a nuestra naturaleza humana y expresada en los conocidos preceptos entregados por Dios a Moisés.

Los Mandamientos son una ayuda concreta de Dios para que nuestra vida sea buena y acabe en la vida eterna. Orientan la conducta hacia lo que verdaderamente nos va a hacer felices. El Catecismo de la Iglesia Católica da mucha luz sobre cada uno de ellos.

La debilidad que el pecado introdujo en los seres humanos dificulta percibir lo que nos conviene para nuestro adecuado crecimiento personal conforme al proyecto de Dios, y para el aporte positivo que de nosotros espera el ámbito familiar y social.

La misma experiencia nos demuestra que no nos es fácil mantenernos en el estilo acertado de vida que elegimos buscando la felicidad y para agradar a Dios.

Advertimos a veces que algunas exigencias de los Mandamientos nos parecen demasiado difíciles de cumplir. Es la debilidad que origina el pecado la que nos hace percibir como costosas ciertas opciones buenas. Escapamos entonces al esfuerzo en cosas incluso simples como ir a Misa todos los domingos, perseverar en la oración diaria, hacernos cargo de un familiar enfermo, exigencias de justicia con los demás, ser sinceros, dar de lo que nos cuesta, etc.

En otras ocasiones son las pasiones desordenadas las que nos empujan hacia conductas negativas. Pensemos en los desórdenes en el comer y en el beber, en las adicciones, en el estilo de ciertas diversiones, en los descontroles en el ámbito de la sexualidad, en la pereza que nos aleja de nuestros deberes, en la ira descontrolada, en la violencia, en los problemas de convivencia que origina el orgullo o la envidia, etc.

Los sentimientos también se desordenan y nos pueden desviar de lo que es bueno. Guiados por la variación de los sentimientos podemos apartarnos de lo que la inteligencia y la fe señalan como bueno. Se puede ceder a faltas de fidelidad en el matrimonio que tantos sufrimientos conlleva, al capricho y a no atender a los padres o a los hijos como debería ser; también a falta de lealtad con los amigos, a vivir enredándonos y enredando desde una interioridad confusa, a acarrear conflictos, etc.

Dios no nos deja nunca solos en la debilidad y en el pecado. Nos auxilia continuamente con la Gracia que nos ganó Cristo en la Cruz, y que la Virgen nos consigue abundantemente. Con esa ayuda ilumina el entendimiento para que conozcamos el buen camino, el de los Mandamientos que deben lucir en nuestra conducta, nos consigue además las fuerzas necesarias para vivirlos fielmente y con alegría.

  1. d) Los Sacramentosson canales privilegiados a través de los que nos llega esa Gracia de Dios que necesitamos. Facilitan el estilo de vida sano al que nos orientan los Mandamientos, esa vida buena de la que vengo hablando, feliz y en Dios, llena de acciones y consecuencias positivas en servicio de los demás.

La debilidad física o la enfermedad muchas veces exigen una medicación. El alma humana por el pecado, sujeta a tentaciones y tantas veces enferma por el desorden de las pasiones, necesita de los Sacramentos que actuando en lo más íntimo la purifican, la santifican, la fortalecen y la sanan.

Celebrar con María a Jesús en sus Sacramentos

  1. Afirmó el Papa Francisco: celebrar a Jesús. No basta la oración, es necesaria la alegría de la celebración. Celebrar a Jesús en sus Sacramentos, porque allí nos da la vida, nos da la fuerza, nos da el alimento, nos da el consuelo, nos da la alianza, nos da la misión. Sin la celebración de los sacramentos, no llegamos a conocer a Jesús. Esto es propio de la Iglesia: la celebración. (Homilía Santa Marta,16-V-2014).

Los Sacramentos son canales para que nos llegue el caudal de Gracia que nos ganó Cristo en la Cruz. Junto a la Cruz estaba María llena de dolor, pero al mismo tiempo firme y fuerte, queriendo la purificación de nuestros pecados, esa Vida nueva que nos vino de la Cruz.

Si la Virgen está presente como buena Madre en todo lo nuestro, lo estará de modo especial cuando a través de algún Sacramento nos llega la Gracia de Dios.

  1. Todos los Sacramentos son importantes y necesarios en distintos momentos de nuestra existencia; añado un breve comentario sobre algunos.
  2. a) Con el Bautismo comienza la Vida de Dios en el alma. Es una manifestación de fe de los padres llevar cuanto antes a los hijos a bautizar. Es una linda devoción que lo reciban con ocasión de la Fiesta Patronal pero, si faltara mucho tiempo, puede ser preferible no retrasar esa participación de la Vida de Dios en los hijos.
  3. b) La Reconciliación tiene como fin la recuperación de la Vida de Dios en el alma cuando se la ha perdido por el pecado mortal; también que se refuerce esa Vida cuando los pecados veniales la debilitaron (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1863; sobre el pecado cfr. nn. 1846 y ss.). La Virgen nos quiere santos, limpios de todo pecado; nos empuja a buscar en la Confesión Sacramental la Gracia del perdón que purifica, sana y transforma, y que nos llega a través de los sacerdotes, ministros de Cristo.

Iluminan estas palabras del Papa Francisco: Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez (Exhort. Ap. Christus vivit, n. 123).

  1. c) En cada Santa Misa, de modo incruento y milagroso, se hace presente el Sacrificio de la Cruz. La Virgen que estuvo ahí quiere que valoremos y amemos mucho la Santa Misa. ¡Con qué devoción y amor asistiría Nuestra Madre a las que celebraban los Apóstoles!

Aliento a que se profundice en el significado y valor de la Santa Misa que es central en la vida de un cristiano. El Catecismo de la Iglesia Católica u otros escritos podrán ayudarnos en este propósito, y por supuesto la abundante predicación del Papa Francisco de la que copio a continuación algunas frases.

La Misa no es una representación; es otra cosa. Es propiamente la Última Cena; es precisamente vivir otra vez la Pasión y la Muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo

La Misa no se escucha, se participa. Y se participa en esta teofanía, en este misterio de la presencia del Señor entre nosotros. Es algo distinto de las otras formas de nuestra devoción (habló del pesebre viviente y del Via Crucis). La Eucaristía es una conmemoración real, es decir, es una teofanía. Dios se acerca y está con nosotros y nosotros participamos en el misterio de la redención.

Pedir hoy al Señor que nos done a todos este sentido de lo sagrado, este sentido que nos haga comprender que una cosa es rezar en casa, rezar en la iglesia, rezar el rosario, recitar muchas y hermosas oraciones, hacer el Vía Crucis, leer la Biblia; y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en esa senda que nosotros no podemos controlar: sólo Él es el único, Él es la gloria, Él es el poder. Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios. (Homilía Santa Marta, 10-II-2014).

¿Por qué ir a Misa el domingo? No es suficiente responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a preservar su valor, pero solo no es suficiente. Nosotros cristianos tenemos necesidad de participar en la Misa dominical porque solo con la gracia de Jesús, con su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en práctica su mandamiento y así ser sus testigos creíble (Catequesis 13-XII-2017). La Virgen Santísima nos ayudará a cuidar ese encuentro con Cristo, al menos los domingos que es el día del Señor.

  1. d) Añado unas consideraciones sobre la piedad eucarística. Cuando recibimos la Sagrada Comunión o nos acercamos a rezar delante del Sagrario de un Templo, recibimos o estamos frente a Cristo sacramentalmente presente con Su Cuerpo, su Sangre, su Alma, y su Divinidad en las Hostias consagradas. Se presenta de un modo diferente, bajo las apariencias del pan y del vino; es un milagro que hace el mismo Jesucristo quien vuelve a pronunciar a través de los sacerdotes: Esto es Mi Cuerpo, Esta es Mi Sangre (cfr. Mc 14, 12-16. 22-26).

Ese alimento lo necesita nuestro espíritu para perseverar en el buen obrar, crecer en la unión con Dios y alcanzar el Cielo. La fe nos impulsa a recibirlo con frecuencia y bien preparados, con espíritu de oración y purificando nuestra alma. La certeza de esa sublime presencia de Cristo en nosotros nos mueve a aprovechar muy bien los momentos posteriores a cada Comunión Sacramental para un diálogo íntimo con Jesús.

Los Sagrarios de nuestros Templos son un lugar privilegiado para estar un rato con Jesús Sacramentado, acompañarlo, contarle nuestras necesidades, todo aquello que llevamos en el corazón.

¡Cuánto bien hace a nuestra alma, y cuánto bien a la Iglesia y a la humanidad la Adoración Eucarística! ¡Cuánto gustará a María Santísima esta devoción tan importante y todas nuestras manifestaciones de fe en la Eucaristía!

Madre Misericordiosa

  1. San Juan nos relata un momento importante para él y para todos nosotros: Jesús viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su Madre: Mujer, aquí tienes a tu hijo (Jn 19, 26). En San Juan estábamos todos representados, por tanto al darle a María por Madre nos la dio también a nosotros. Como buena Madre está atenta, nunca nos abandona.
  2. ¿Cómo es su amor? Su amor es como el de toda madre, igual para todos sus hijos. Lógicamente se volcará de un modo especial con los más débiles, los más necesitados, los que sufren, ellos ocupan un lugar privilegiado en su Corazón Misericordioso.

No faltan padecimientos en esta vida. Dios los permite como permitió el tremendo sufrimiento de María junto a su Hijo Jesucristo crucificado.

Cuántas veces hemos acudido a María y los problemas se resolvieron o el enfermo se sanó. Otras veces no sucedió así. Podríamos preguntarnos: ¿escuchó María? Siempre nos oye. Con el tiempo advertiremos que de un modo discreto estuvo con nosotros en esa situación difícil y actuó.

  1. 22. Tal vez no lleguemos a entender en esta vida por qué Dios permitió determinados sufrimientos, quizás especialmente duros. La oración siempre corrige nuestra mirada, nos ayuda a ver desde Dios, y nos mueve a confiar en Él y en la intercesión de la Virgen María. Quien en situaciones de dolor se abre a Dios experimenta su cercanía y el regalo de su paz: la paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo (Jn 14, 27); son palabras de nuestro Señor Jesucristo que recoge San Juan.

No es el momento de explayarnos en el sentido del dolor, hago ahora solo unos breves comentarios. Cuántas veces hemos advertido que ciertos padecimientos movieron al enfermo a levantar sus ojos hacia Dios a quien tenía olvidado, a purificarse de sus pecados y encaminarse hacia la vida eterna. Quizás sirvieron también a sus seres queridos para volverse a encontrar con Dios.

Pensemos también como en tantas ocasiones los sufrimientos físicos o morales nos han sacado de la inmediatez de los placeres o del egoísmo y nos han empujado a orientar nuestras vidas hacia los bienes eternos. Del mismo modo, el dolor ajeno ha sido una invitación clara a ejercitar la caridad y la comprensión con quien sufre, sacrificándonos para acompañarlos y atenderlos.

Confiemos en Nuestra Madre de Misericordia, acudamos a Ella con fe, Dios la escucha siempre. Oye nuestra oración, conoce lo que más conviene a sus hijos y siempre lo consigue; apunta a que logremos la principal meta: el Cielo para toda la eternidad.

  1. Quienes hemos recibido un llamado especial de Dios como en el caso de los sacerdotes, las religiosas o los religiosos, necesitamos especialmente su ayuda divina. El Señor espera de quienes ha llamado a un camino especial de entrega una altura espiritual acorde a la importante misión a la que invita en servicio de la Iglesia. Pidamos a la Virgen Santísima, Madre Misericordiosa, que nos cuide y mucho, porque lo necesitamos.

Hijos de una misma Madre

  1. Las madres unen a los hijos, consiguen que se quieran, que se comprendan y perdonen, que se ayuden entre ellos. ¡Cuánto más hará la Virgen! La caridad no sale sola, ejercitarla resulta en muchas ocasiones costoso. Y puede encontrarse esa dificultad a la hora de defender lo que contribuye a la unidad en la familia, en los barrios, en los sitios de trabajo, en la sociedad.
  2. Roguemos a Santa María Virgen que en este Año Mariano Nacional arraiguen en las familias actitudes de la Familia de Nazareth. Ni Jesús, ni María, ni José vivían para sí mismos sino para los demás. Sabían entregarse sin esperar nada a cambio, dar y darse continuamente.

Animo al siguiente examen personal, se trata de disposiciones de caridad delicada. ¿Sé darme al cónyuge, a los hijos e hijas, a lo seres queridos sin esperar nada a cambio? ¿Es mi alegría verlos felices y esto me empuja a la entrega personal, al olvido de sí? ¿Aporto paz, comprensión, ayudo con sacrificio? ¿Reacciono con paciencia y una sonrisa o con quejas y provocando tensión? ¿Intento que prevalezcan los propios gustos y caprichos, o el interés personal? ¿Escucho a la mujer, al marido, a los hijos, o me encierro en mi descanso o en mis asuntos? ¿Pongo verdadero interés en las cosas de los seres queridos?

Los hijos son un regalo que Dios confía a los padres. Necesitan verdadera contención y un amor sincero para crecer sanos y buenos. Se trata de una responsabilidad que exige a los padres dedicación de tiempo, buscar el modo paciente de ayudarlos mejor, poner la cabeza y el corazón buscando incluso el consejo y la capacitación que puedan necesitar. Todo esto exige mucha oración por los hijos y darles ejemplo de virtudes y de vida cristianas.

La Virgen mueve a que se valore más la Gracia del Sacramento del Matrimonio, tan importante en el camino de santidad de todo casado y para la institución familiar.

  1. La Virgen María es Madre de todos los hombres y mujeres. Si somos buenos hijos de tan buena Madre aprenderemos a mirar a los demás con sus ojos. Así sabremos construir ámbitos de comprensión y de amor mutuo en nuestras comunidades católicas, en el barrio y en todos los sitios donde trabajamos o nos movemos.

Con María no cederemos al egoísmo, a las críticas o a la discordia, Ella nos alienta a llevar a todos los ambientes su amor que es el de Cristo, a transmitir alegría y paz.

  1. Con María tendremos ojos para advertir las necesidades y el sufrimiento de tantas personas y, como Ella en las Bodas de Caná, intentaremos aportar todo lo que esté de nuestra parte.

Es propio de un buen hijo de María detenerse, como el buen samaritano, y jamás pasar de largo como esos personajes de la parábola (cfr.Lc 10, 25-37). Muchas veces necesitarán una ayuda material; pero en tantas ocasiones cariño, compañía, atención, ser escuchados. Agradecerán la paz que aporta una reflexión desde una mirada cristiana de su situación o de sus sufrimientos.

La oración por quien sufre es lo prioritario. Roguemos a María Santísima que las cosas vayan mejor en nuestro país y muy concretamente en nuestros pueblos del Chaco con tanta gente que no lo está pasando bien.

María nos impulsa a la misión

  1. Desde Cristo Rey del 2010, apoyados en la oración, venimos trabajando en la Diócesis con las orientaciones de un Plan Pastoral. En este Año Nacional Mariano, con el impulso de la Virgen Santísima apuraremos el paso si es que nos hemos detenido un poco.

No repaso ahora los criterios y desafíos que entonces se incluyeron y comenté, y que con algunos acentos destaqué en posteriores Cartas Pastorales. Podrán revisarse desde la mirada de María en el curso de este año a Ella confiado.

En esta Carta Pastoral ya he tocado algunos aspectos del Plan, acudamos a la Virgen María para que nos ayude en lo más importante a conseguir: crecer en santidad, fundamento del espíritu misionero. Meditemos sobre esa exigencia cristiana con los ojos puestos en la más santa de las criaturas humanas: María Santísima.

  1. Quiero destacar para este año algunos desafíos.
  2. a) Las vocaciones al sacerdocio. Sabemos que las regala Dios y que son una urgente necesidad en nuestra Diócesis y en la Iglesia. Hemos de rogar que las envíe, y lo estamos haciendo. Si insistimos, la Virgen moverá el corazón de muchos jóvenes, logrará que no tengan miedo de emprender con alegría y mucha fe el seguimiento al que Cristo los invita: darse por completo para ser sus ministros, sirviendo a los demás.

Los invito a pensar en el modo de aumentar la oración por las vocaciones. También los aliento a promover iniciativas que contribuyan a que los jóvenes y las familias valoren más la grandeza y el honor de una llamada al sacerdocio ministerial. Estas iniciativas serán el cauce para que la semilla del llamado pueda prender en muchos corazones.

Todos tenemos algún papel que desempeñar en la Iglesia. Cuando faltan sacerdotes se limita la administración de algunos Sacramentos y entonces la misión de la Iglesia se dificulta y mucho, por ejemplo cuando los fieles no puedan participar con más frecuencia de la Santa Misa o ser atendidos en Confesión sacramental. Advertimos que distintos sitios y ámbitos pastorales en nuestra Diócesis exigen una mayor dedicación sacerdotal. Recemos más para que el Señor los envíe.

  1. b) Los jóvenes. No se nos oculta la desorientación y el sufrimiento en la vida de muchos de nuestros chicos y chicas. Son hijos de sus padres, del tiempo en que vivimos y pertenecen a nuestros pueblos, por eso cuidarlos es ocupación de todos: de los padres en primer lugar, pero también de los otros familiares, amigos y vecinos; de la comunidad parroquial y de las Unidades Educativas; del club deportivo o del quien vende en un quiosco; es decir de todos.

Tenemos que rezar más por nuestros jóvenes. Hacen falta iniciativas acordes a su mentalidad que les sirvan y orienten. Necesitan contención, formación humana y cristiana que les abrasa nos horizontes de vida, ideales valiosos que los entusiasme y movilice. Tienen que advertir que se los quiere, se los escucha y se los valora. La Exhortación Apostólica Christus vivit es una importante referencia.

Constatamos que se entusiasman con actividades de servicio, con la formación cuando la entienden y ofrece respuesta a sus interrogantes. Advertimos que son capaces de conectar con el Señor en una Adoración Eucarística, con tantas iniciativas positivas dándose generosamente por completo: son muy buenos nuestros chicos y chicas.

Necesitan modelos creíbles y no simples imposiciones que no entienden, menos aún si perciben violencia. Necesitan ayuda, ser oídos, comprendidos, respetados y orientados en la vida.

Contamos con muchas iniciativas en la Diócesis. Conviene que revisemos qué más podemos hacer en las catequesis de niños y de adolescentes, etapas muy importantes en la vida. La adolescencia no es una edad para esperar que se pase; son años cruciales en los que pueden incorporar valores y pautas que los ayudarán mucho después.

Muchas veces escuchamos que los jóvenes son el futuro. Es cierto que lo son en cuanto se preparan -¡los preparamos!- para que en algún momento tomen las riendas en todo. El Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá, como en otras ocasiones, nos amplía la mirada: Ustedes, queridos jóvenes, ustedes son el presente, no son el futuro, ustedes, jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca, los llama en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie y junto a ellos tomar la palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó.

No mañana, ahora, porque allí, ahora, donde esté su tesoro, está también su corazón (cf. Mt 6,21); y aquello que los enamore conquistará no solo vuestra imaginación, sino que lo afectará todo. (Papa Francisco, Homilía Misa de Envío, 29-I-2019).

¿Qué sueña Dios para los jóvenes hoy? ¿Qué protagonismo quiere que tengan en la evangelización del ambiente, en nuestras comunidades? ¿Los valoro? ¿Busco el modo de acompañarlos? No podemos bajar los brazos como no los baja María: son sus hijos.

  1. c) La misión. La Virgen quiere que su hijo sea más conocido, más amado, y que todos vayamos por caminos de santidad y de servicio a los demás. Nos moviliza entonces hacia los distintos desafíos misioneros.

Gracias a Dios son muchas las iniciativas en este campo y el número de misioneros en la Diócesis, entre ellos muchos jóvenes. Además de rezar por la tarea misionera, interesa que las comunidades e instituciones se detengan a pensar cómo orientar esta tarea para llegar a más gente y con mayor profundidad. Se trata de buscar incidir con la Gracia de Dios en un mayor acercamiento a la Fe y a la vida de Fe de la gente.

La misión no se reduce a unos días determinados, es tarea de siempre y en todo momento porque debemos ayudar a los que nos rodean a acercarse más a Dios. No olvidemos que lo hacemos con el testimonio, con el cariño, con el interés por ellos, con el consejo oportuno, y siempre con la oración.

  1. d) La realidad social con sus múltiples carencias, urgentes muchas de ellas en la Diócesis, es un área pastoral de interés en todas nuestras comunidades.

No podemos salir al paso de todas las necesidades y al mismo tiempo, pero sí podemos fijar algunas prioridades conforme a la realidad y a las posibilidades en el lugar.

Aunar esfuerzos entre distintas parroquias o comunidades facilita enfrentar algunos desafíos o poder formar equipos para que trabajen en prevención de adicciones o en la ayuda a los ya adictos, para la atención de Unidades Penitenciarias, etc. La caridad de muchas personas en distintas comunidades y la acción de Cáritas diocesana y parroquiales ha destacado en 2019 y ahora en 2020 en su solicitud por quienes sufrieron y sufren aún por las fuertes inundaciones.

No olvidemos que como Iglesia a través de la caridad siempre hacemos presente el rostro misericordioso de Cristo. Que no falte entonces -cuando sea posible- una palabra que haga sentir la cercanía del Amor de Dios.

Sirven para nuestra meditación estas palabras del Santo Padre: Ella es la amiga siempre atenta para que no falte vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolor de parto hasta que brote la justicia… como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del Amor de Dios (Evangelii Gaudium, 286).

  1. Otras consideraciones a tener presente.
  2. a) Seguir mejorando las catequesis en todos los niveles. El grado de confusión y el desorden en la vida de mucha gente exige que la catequesis intente incidir con más hondura en niños, jóvenes y adultos, al mismo tiempo que los sensibiliza para la piedad.

El desafío supone plantear cambios en los modos, en los contenidos, y don de lenguas para lograr adaptarse a la cultura ya la edad, sin empobrecer los contenidos o el impacto que con la Gracia de Dios está llamada a producir. Exige en los catequistas una formación cada vez más profunda, y una vida cristiana sólida: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? (Lc 6, 39).

La catequesis que se imparte exige que recemos para que penetre en el alma de los catequizados; también un ambiente de cercanía más que de escolarización que los ayude a sentirse contenidos en una Iglesia que es familia.

Pidamos también a la Virgen por los catequistas quienes trabajan con mucha entrega, y que más personas colaboren en esta tarea crucial.

  1. b) La comunión entre los agentes pastorales exige saber trabajar en equipo,respetando el rol de cada uno, con la convicción de que el Espíritu Santo habla a través de todos. Esto supone cultivar ese estilo sinodal al que se ha referido en distintas ocasiones el Papa Francisco. La mínima discordia en cualquier tarea, la incomprensión o la crítica, ya es señal de que no se va por el camino de Dios que es el de la unidad.

Trabajar en unidad exige saber oír y saber ceder. Escuchar al Espíritu Santo implica por ejemplo salir de la cerrazón que supone el siempre se ha hecho así y no admitir cambios.

Con palabras del Papa Francisco pidamos al Espíritu que venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos las costumbres, abramos bien los ojos, los oídos y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado (Gaudete et Exsultate, n. 137).

A modo de conclusión

En este Año Nacional Mariano podremos ganar Indulgencias en los Templos dedicados a la Virgen Santísima y aplicarlos también por los fieles difuntos. Los invito a repasar y a una adecuada catequesis sobre los nn. 1471-1479 del Catecismo de la Iglesia Católica que explican esa riqueza que nos ofrece la Iglesia.

Antes de acabar hago presente la petición constante del Papa Francisco: por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí. Todos los fieles tenemos que rezar por el Santo Padre, pero es lógico que nosotros, argentinos, sintamos una especial urgencia en responder a su pedido: es alguien muy cercano a nosotros, un argentino, quien ha sido llamado a la gran responsabilidad de conducir la Iglesia. Que la Virgen Santísima en este Año Mariano Nacional llene de luces, de fortaleza y de salud a este hijo suyo salido de esta tierra nuestra a la que tanto quiere.

¡Señora Nuestra y Madre Nuestra! Nos ofrecemos por entero a vos, te pedimos que nos cuides, que nos guíes. Sentimos que también a nosotros nos decís, como en México al indio San Juan Diego: ¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón? ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? (Nican Mopohua, 107, 118, 119).

Te consagramos Madre nuestra querida Diócesis, todas sus personas y sus trabajos, nuestras vidas, nuestras familias, todo lo nuestro. Te pedimos que nos guardes y protejas como cosa tuya que somos. ¡Miranos con compasión, no nos dejes Madre! Así sea.

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Comencé a redactar esta carta en diciembre a pedido de los sacerdotes con el deseo de ayudar con estas reflexiones a vivir mejor el Año Mariano Nacional. La acabo de escribir en medio de la pandemia por el COVID-19. Acudamos a la Virgen Santísima por intercesión de San Roque, Patrono de esta Diócesis, el pronto control de esta seria afección mundial.

En el día de San José ponemos especialmente en sus manos esta intención. Al Patrono de la Iglesia le pedimos por el Papa Francisco, por todo lo que lleva en su corazón de Pastor Universal de la Iglesia. Nos ponemos en manos de San José para que nos ayude a crecer en santidad de vida y que consiga de Dios abundantes vocaciones.

Presidencia Roque Sáenz Peña, 19 de marzo de 2020, Solemnidad de San José, Esposo de la Santísima Virgen María.

 

+Hugo Nicolás Barbaro

Obispo de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña

Chaco – Argentina

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