Por Joaquín Morales Solá
Peronistas y kirchneristas le prenden una vela a cada santo para que no estalle una crisis mayor de la economía antes de las primarias de agosto.
Ricardo López Murphy hizo pública una cifra que solo conocían los economistas y la mantenían en reserva. Según la unanimidad de los profesionales de la economía, las reservas del Banco Central son negativas en unos 7000 millones de dólares. Es decir, el Banco Central está gastando dólares que no tiene y que saca de los encajes, que son dólares de los ahorristas.
Es cierto que la autoridad monetaria tiene el respaldo de las reservas de oro (por un monto menor que aquellos 7000 millones de dólares), pero son intocables. “La venta de las reservas de oro sería como la sirena del Titanic: todos al agua, con bote o sin bote”, señaló otro economista. Para peor, la inflación se sobresaltó de nuevo en mayo y el índice de aumentos de ese mes podría acercarse al 10%. Por lo pronto, ya la suba del rubro alimentos en mayo está cercana al 9%, según la medición que hace la consultora de Orlando Ferreres.
Ese es el rubro políticamente más sensible, porque los alimentos son los únicos bienes imprescindibles para cualquier persona o familia. La actividad económica global comenzó a caer en abril, después de un primer trimestre en el que no creció, pero tampoco cayó. La falta de insumos para la industria por falta de dólares y el nuevo salto de la inflación están encogiendo la actividad económica. Diga lo que diga, la cosecha de dólares en China (o de yuanes fungibles a dólares) de Sergio Massa ha sido magra.
El ministro de Economía se equivocó, además, si suponía que asustaría al Fondo Monetario y al Tesoro norteamericano paseándose del brazo de la nomenklatura del Partido Comunista Chino. El Fondo no le dará más dólares que los indispensables para cumplir con el propio Fondo.
Esa es solo la descripción de la fragilidad de la economía argentina; por eso, peronistas y kirchneristas le prenden una vela a cada santo para que no estalle una crisis mayor de la economía antes de las primarias de agosto. Algunos veteranos peronistas prefieren no mirar las encuestas y se llevan por la intuición: creen que el Gobierno hará una elección mucho peor que la que imaginan encuestadores y políticos. “No estaremos en el ballottage”, se resignan; suponen, por lo tanto, que los protagonistas de la segunda vuelta serán Juntos por el Cambio y el partido de Javier Milei (La Libertad Avanza).
A pesar de la desdicha económica, no son pocos los oficialistas (y también dirigentes de la oposición) que sostienen que Massa es el mejor candidato del oficialismo. “Tiene historia y tiene estética presidencial”, deslizan. Otros, en cambio, sostienen que solo un candidato surgido de la entrañas del cristinismo (¿Axel Kicillof? ¿Wado de Pedro?), con la candidatura a senadora de Cristina Kirchner, podría retener gran parte del voto de la expresidenta. “Perderá, pero perderá como Macri en 2019, con el 41% de los votos, o como Duhalde en 1999, con el 39%.
Sería una derrota digna, no una paliza”, argumentan. De todos modos, la sola conservación de Massa como alternativa presidencial, en medio de semejante tembladeral económico, señala que el oficialismo, cualquiera de los oficialismos que hay, agotó todas las posibilidades electorales que tiene.
Es extraño que, en medio de un paisaje tan desolador para los que gobiernan, la oposición de Juntos por el Cambio no haya instalado ya un candidato presidencial supuestamente ganador. Ninguno de los cuatro precandidatos que existen (Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Facundo Manes) logró alcanzar la meta y colocarse como el presunto próximo presidente de la Nación. Gastan el tiempo peleándose entre ellos y explicando cómo será su relación con Milei, un candidato sin estructura, sin historia y sin un programa que vaya más allá de sus escandalosas promesas.
Un giro discursivo es perceptible en los últimos tiempos en los dos candidatos de Pro, Bullrich y Rodríguez Larreta. Mientras el alcalde de la Capital endureció su discurso frente al Gobierno, después de pregonar durante años la necesidad de negociaciones y acuerdos, la exministra de Seguridad bajó los decibeles de su confrontativo discurso. De todos modos, dirigentes de Pro confían en que Bullrich conserve su estilo, que será más competitivo frente al estilo rupturista de Milei.
El problema de Rodríguez Larreta es que cree que los cargos políticos se heredan y, por eso, abandonó el liderazgo nacional después de ganar nada menos que la provincia de Buenos Aires en 2021. Y, encima, anunció con demasiada antelación que se proponía cometer un parricidio con el líder que lo llevó hasta donde está: Mauricio Macri. Es evidente que Juntos por el Cambio carece de un liderazgo, personal o colectivo, pero Macri es, quizás, el único que tiene una estrategia: que Bullrich sea presidenta de la Nación y que Jorge Macri sea jefe del gobierno de la Capital.
Los demás dirigentes juegan cualquier partido y se conforman con cualquier resultado. De todos modos, Rodríguez Larreta debería tener en cuenta un dato más significativo que los resultados de las encuestas: muchos intendentes de la provincia de Buenos Aires, que antes estaban cerca del alcalde capitalino, se están pasando a las filas de Bullrich. Los intendentes, sean peronistas, radicales o de Pro, tienen sus propias mediciones sobre el humor de la sociedad. Tal vez las políticas consensuales de Rodríguez Larreta corresponden a un tiempo que no es este. Bullrich, a su vez, se entretiene más hablando de su oponente interno que de los problemas de la sociedad. El fenómeno Milei no es inexplicable.
¿Qué es, si no falta de liderazgo –y de candidatos fuertes–, la novedad que sacudió a Juntos por el Cambio cuando un grupo de sus dirigentes (Morales, Rodríguez Larreta y Lousteau) irrumpió con la propuesta de sumar al gobernador peronista de Córdoba, Juan Schiaretti, a la alianza opositora? Una coalición seria se plantea su panoplia de aliados en tiempo y forma, nunca 20 días antes de que venzan los plazos para inscribir candidatos.
Schiaretti fue, además, un aliado del Gobierno en casi todos sus proyectos económicos y en algunos institucionales (como la eliminación de las elecciones primarias y obligatorias). La sola discusión tardía de la incorporación de Schiaretti puede también confundir a los votantes de Córdoba, donde los candidatos de Juntos por el Cambio, Luis Juez y Rodrigo de Loredo, están cerca de sacarle al peronismo la hegemonía electoral de casi 25 años.
El radicalismo de Córdoba sostuvo siempre que la candidatura presidencial de Schiaretti solo buscaba conservar Córdoba para el peronismo porque el actual gobernador no tiene posibilidad de reelección. Otro sector del radicalismo corrió ahora en auxilio de Schiaretti. Un disparate tras otro.
A pesar de todo, existe un consenso dentro de la coalición opositora sobre una cuestión en la que podría haber más disidencias: la economía. Cuatro economistas trabajan en representación de los cuatro candidatos y no hay discordia entre ellos sobre qué hacer si Juntos por el Cambio ganara el gobierno. Hernán Lacunza, en representación de Rodríguez Larreta; Luciano Laspina, por Patricia Bullrich; Eduardo Levy Yeyati, por Gerardo Morales, y Marina Dal Poggetto, por Facundo Manes, son los economistas que trabajan en el programa común de los candidatos.
El acuerdo entre ellos consiste, en un esfuerzo de síntesis, en cuatro puntos: una política de shock inmediato (el gradualismo es un mal recuerdo para todos); una agresiva política de reducción del déficit fiscal, que necesitará de un sinceramiento del precio de las tarifas y de la cantidad de empleados públicos –duplicados durante el kirchnerismo–; una política cambiaria más realista, que achique la brecha entre el dólar oficial y el dólar paralelo, y una salida gradual del cepo para acceder a dólares. En este último tema hay una disidencia entre los economistas que se dedican a las políticas públicas y los economistas privados.
Los privados sostienen que deberían salir del cepo cuanto antes porque nunca entrarán dólares mientras existan impedimentos para acceder a la moneda norteamericana. Los economistas que trabajan para los candidatos de Juntos por el Cambio responden con un argumento muy simple: “No hay dólares para salir del cepo inmediatamente. No es un capricho; es una imposición”. En algún lugar de la política, un grupo de personas sin vanidades ni arrogancia pudo escribir un programa común con solo colocarse por encima de las rencillas de los candidatos y del malhumor que reina entre ellos.